En cierta noche oscura, se hallaban tres hombres sentados en las bancas del parque de Talaigua Viejo. Tomaban divertidamente. Casi todos los fines de semana acostumbraban hacer lo mismo; pero aquella noche sería la última de sus vidas. Cuando se terminó la botella de ron era un poco más de la media de noche,ya todo el mundo estaba dormido; menos ellos. Seguían perniciosamente una parranda.
Juan el más bebedor de todos salió en busca de una cantina para comprar una nueva botella. Después de tocar una puerta y otra, de una y mil maneras, salió un cantinero malhumorado: -Es la última botella.
Juan salió alegremente a encontrarse con sus amigos. Cuando llegó, apareció una mujer recostada al espaldar de la banca donde estaban sentados sus amigos de parranda.
-¿Quien es la dama? Que tenga el honor de destapar la botella.
-¿Cuál dama? -Preguntaban sorprendidos sus amigos.
-Esa que está detrás de ustedes -contesta Juan.
Todos la miraron en el mismo instante en que ella se fue alejando de una forma extraña.
-Venga señorita, no se vaya, tenga el honor de acompañarnos.
Ella se alejaba aún más. Juan al verla que desaparecía de su vista salió corriendo detrás para alcanzarla
-Señorita por favor espéreme, hablemos.
Recorrió varias cuadras, varias calles, y aunque aquella mujer no se detenía sólo Juan cuando se percató estaba en frente de varias cruces y tuvo el presentimiento enorme de estar persiguiendo a un alma en pena.
Se regresó, corrió tan fuerte como sus piernas respondieron, llegó casi sin aire en sus pulmones.
-¡Compañeros larguémonos de aquí esa vieja está muerta!
-¡No puede ser Juan la mataste! -dijo uno de ellos.
-¡No, no, no puedo matar a alguien que ya está muerta! La vi con mis propios ojos meterse al cementerio. ¡Esta vieja es un alma en pena!.
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